El timbre


          Suelo apoyar la frente sobre el cristal mientras espero tu llegada. La mesa ya está puesta con todos los detalles, velas incluidas. Hoy te he preparado tu plato favorito y espero que llegues de buen humor. Sales de trabajar a las ocho y media todos los días y a las nueve menos cinco ya estás aparcando enfrente de casa. Como un reloj Made in Switzerland. No, mejor aún. La lluvia golpea en el cristal. Nuestras escaleritas de madera de la entrada son ahora de un marrón chocolate muy oscuro, casi negro. Te espero preocupada, como siempre. Nunca se sabe lo que puede pasar. Te estás retrasando y encima está cayendo un chaparrón espantoso.

            Despego mi cara del cristal congelado y un suspiro se escapa desconsolado por mi garganta. Empaño la ventana y el vaho se extiende rápidamente. Froto mi frente para conseguir que entre en calor mientras veo cómo se encoge la marca del vapor a una velocidad increíble. Como enviado por una fuerza superior, Duck se acerca y me lame el tobillo con su lengua calentita. Recuerdo que de pequeña mi hermana creía que podía comer esa loncha de jamón e intentó arrancarle la lengua al pobre terrier que teníamos entonces.

            —Tranquilo, cariño, estará al caer. Ahh... No te engañes, Mónica, la única preocupada eres tú. Nunca ha llegado ni diez minutos tarde y ya ha pasado más de media hora. Igual le han liado en el trabajo. No... me habría llamado. Pues igual se ha quedado sin gasolina... ¡Qué va! No tardaría tanto. Igual ha ido a comprar... Imposible. Hizo la compra ayer. Genial, ¡ya estás hablando sola! ¿Quieres parar, Mónica? ¡Ay! ¡Dios mío! ¿No le habrá pasado algo? Voy a llamarle...

            Ya ha pasado media hora desde que te he llamado y no me coges. Empiezo a estar realmente preocupada. Duck no para de dar vueltas a mi alrededor. Parece que note mi nerviosismo. La tormenta es cada vez más fuerte y ya se ha formado el charco de siempre delante del buzón. Empiezo a recolocar obsesivamente los cubiertos, el vino, las copas, las servilletas y, para colmo, la comida ya está fría.

            Me muevo hasta el cristal desde el que puedo ver la entrada de nuestra casa y parte de la calle. Cojo el móvil una vez más. Rellamada... Bufff... ¿Dónde estás, cariño? ¡Vaaa! ¡Contesta, por favor! ¿¡Quéé!? Ahora comunica... ¿Qué estarás haciendo? ¡Ay! Igual me estás llamando. ¡Cuelga, cuelga! ¿Por qué no cuelga este cacharro? Ajjj... ¡Qué asco de móvil! Odio las tecnologías... Ay, ya está.

            —¡Quieto, Duck! Me estás poniendo nerviosa. Bueno, si comunica quiere decir que está vivo. Al menos está utilizando el móvil. ¿Pero con quién hablará? Su madre no puede ser, me parece que esta semana iba a irse a Angola. ¿Angola dijo? Un sitio así, creo. ¡Yo qué sé! No me acuerdo.

            Mi carrera por el salón, la cocina y el recibidor empieza a marearme tanto que decido sentarme en el sillón de orejas. Miro el reloj de madera que me regalaste aquellas navidades. Lo que te costó elegirlo, pobrecito. Van a dar las diez de la noche. Las farolas ya alumbran nuestro tranquilo vecindario. Esto no lo habías hecho nunca. ¿Por qué me haces esto, cariño? No sabes la tortura que me estás haciendo pasar, cielo.

            — En cuanto entre por esa puerta le pienso montar una bronca que se acordará para toda su vida. Ni su querida madre le salvará de esta. ¡Ay, Dios mío! ¿No estará con otra mujer? Igual antes la llamaba a ella y por eso comunicaba. ¿Tú crees? ¡No, qué va! Eso jamás lo haría. ¡No! ¡Me niego a pensar eso! ¡Ay! ¡Serás idiota! ¡Deja de hablar sola! Acabarás por volverte loca... Ayyy. Aunque está la tal Patricia esa con la que trabaja. No me gusta nada cómo lo mira. Parece que se le vayan a salir los ojos. Y él ni siquiera se da cuenta. Los hombres son tan estúpidos...

            No he conseguido mantenerme sentada ni un minuto. Desde el fondo de la cocina, apoyada en la encimera de mármol negro en la que estoy, veo a Duck levantarse rápidamente y acercarse a la puerta. Media sonrisa se asoma tímida en mi rostro. Veo un coche pasar por nuestra calle, pero creo que era blanco. No, no es el nuestro. ¿Entonces por qué se ha levantado el perro? Me acerco sigilosa al recibidor. No consigo ver el coche, aunque me parece que ha aparcado ahí fuera. He oído las puertas cerrarse bruscamente. Ahora consigo ver unas luces de colores que se reflejan en el empedrado encharcado de mi entrada. Rojo. Azul. Rojo. Azul. Rojo. Azul. Alternándose. Oigo los pasos acercándose. La madera del porche cruje levemente. A través del ventanal consigo ver sus sombras proyectadas por la luz de la farola cercana. Mis manos encogidas sobre el corazón. Duck olisqueando bajo la puerta. La lluvia arreciando contra mi casa. El frío sobrecogiendo mi alma. Y suena el timbre.

Comentarios

  1. ¿¿¿Y qué pasa??? No nos puedes dejar así!!! Qué ganas de leer el resto! :)

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