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Mostrando entradas de noviembre, 2016

Sabores del norte

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El viento arrastra perfumes conocidos, memorias fugaces, sabores de juventud y locuras adolescentes. Y empiezo a darme cuenta de que he olvidado muchos de mis recuerdos. Ya no me acuerdo de qué era vivir el día sin más preocupaciones que el cotilleo de barrio y el hollywoodiense. He olvidado, por desgracia, lo que era pensar bien de la gente. La bondad desinteresada, que antes era capaz de percibir en cualquier esquina, ahora es sustituida por intereses ocultos, paellas en el aire. Las buenas acciones quedan relegadas a un puesto de mera casualidad, una hipótesis vaga y tan inusual como la lluvia en una desértica Valencia. Echo de menos, sí, quién me lo iba a decir, el mal humor de los norteños, con su cara siempre en tensión y su ceño continuamente fruncido. Ese aguante con el que soportan una vida nublada y a menudo pasada por agua. Esos paraguas que recogen parejitas apretujadas dándose calor, que sirven de excusa para los que solo "se gustan" y para los que han o

Sonrisa de niña

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Me bajo del autobús. Meghan Trainor resuena en mis oídos, voy caminando a su ritmo. Con energía, canalizada únicamente a través de mis zancadas. Mi cara no expresa nada. Mi boca no sonríe, mi respiración no se oye, mis ojos no brillan.  Me acerco a mi trabajo por un camino ya demasiado conocido, entre decenas de personas que me resultan indiferentes. Siento cómo mis pasos completan su recorrido, pero ya no miro, ya no vivo. A veces veo el suelo, otras leo el móvil. Ni siquiera necesito levantar la cabeza, mi cuerpo esquiva, adelanta o acelera, hasta que un buen día se para. Frena justo para dejarme ver a una niñita de ojos saltones y brillantes que, desde los grandes brazos protectores de su padre, ha reparado en mí y me mira sin decir nada. Me sonríe. Con lo que para ella es su mejor sonrisa: un colmillo y medio asomando y el resto encías vacías. Y esa luz irradiando en mitad de la acera en una ciudad cualquiera. Inevitablemente despierta la máquina. Siento alegría, me vue