Realidad


Lo veo sentado delante de mí en el autobús, de espaldas, pegado al móvil. Me duele ver cómo está inmerso en una pantalla minúscula cuando a nuestro alrededor están pasando cosas emocionantes, o al menos, entretenidas.

Un niño le tira del pelo a su hermana y se monta una gresca, una adolescente está contando sus desgracias a su nueva mejor amiga, un abuelo se ha quedado dormido con “La razón” entre sus desgastadas manos, y también hay un grupo de guiris con el pelo platino y la piel quemada por el sol que intentan sin éxito decir palabras en castellano. Pero él no lo ve.

No quiero ser cotilla, pero me invade una curiosidad insaciable de saber qué es lo que puede abstraer a un hombre de mediana edad, probablemente con hijos y esposa esperándole en su casa, con ropa limpia y adecuada, el cuello ligeramente enrojecido y manos trabajadoras. Me recuerda a mi padre, y no puedo evitar sentir nostalgia y cierto cariño hacia este desconocido.

Está sentado en el autobús, justo delante de mí, en la penúltima fila. Yo he escogido mi asiento para poder leer “La década decisiva” tranquilamente. Porque últimamente siento que estoy tirando mi tiempo a la basura, que estoy desmotivada y en mi trabajo no tengo ilusión, que no me socializo lo suficiente y que no hago nada productivo con mi vida.

Es entonces cuando veo en su pantalla lo que, con dedos lentos y cansados, está buscando en Google. “Bono transporte parados Valencia”. Se me encoge el estómago, y se me olvidan mis penas. 

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