Trayecto nocturno

Adormilada, noté cómo mi tren reducía la marcha a medida que se acercaba a una de las estaciones del recorrido. A través del cristal pude ver cómo los viajeros nocturnos, uno al lado de otro, esperaban apiñados para poder subirse a los vagones. Entre las sombras de aquella pequeña estación vislumbré una silueta que me resultó vagamente familiar. Un hombre desgarbado, ágil y de complexión delgada, se abría paso entre los más rezagados para entrar en aquel tren. Mi tren.

Se parecía mucho a un viejo amor. Me vinieron a la cabeza mis últimas palabras, el momento de nuestra ruptura. Recordé su paradero actual, muy lejos de allí, y secretamente deseé que aquella silueta desconocida fuera él. Incluso he de confesarme que estuve esperando unos minutos a que alguien con aromas de jazmín y tostadas tomara asiento a mi lado. Un recuerdo sí lo hizo.

Vi esa mirada, capaz de atravesar medio país y colarse en mi tren, un trayecto rutinario que a todas luces él habría deducido con la pasmosa facilidad que tanta rabia me daba cuando lo quería. Lo veía tan nítido como veo este papel y esta pluma, ahora que lo escribo. Lo veía tan claro que, en honor a la verdad, nunca sabré si fue un recuerdo, o era él.

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